lunes, 4 de julio de 2016

¡Que alguien pare el mundo, que me bajo!


En una ocasión escuché un comentario que ha dado título a este nuevo artículo de El invitado imprevisto.

Cuando en 1990 me diagnosticaron la enfermedad, no imaginé ni de broma, que se pudiera llegar a unos extremos como los actuales: he perdido mis manos y mis pies y tengo problemas respiratorios, lo que me obliga a utilizar un respirador toda la noche y en momentos puntuales del día.

Hace poco una persona me preguntó con cara expectante: “¿Has pensado alguna vez en suicidarte?”, a lo que le respondí con toda naturalidad: “Pues claro que sí, pero prefiero luchar por ganarme el Cielo”.

No pongo en duda que a nadie le gusta el dolor. Tengo claro que es una forma con la que Dios nos recuerda que nos está esperando en el Cielo. La manera de conseguirlo son Los Mandamientos y todo lo que la Iglesia nos enseña.

Desde luego el dolor será el mismo, pero la forma de llevarlo cambiará radicalmente.

Hoy ha venido a verme a casa Carlos, que está estudiando segundo de medicina. Nada más verle le he dicho:
“Seguro que tú sabrás muy bien, por tus estudios y la fe que has recibido de tus padres, el sentido que tiene algo como el dolor”.
A lo que añadí:
“Me viene genial haberte conocido…, para responderte al tema del dolor, he pensado para mis adentros lo que muchas veces he dicho: ¿cómo es posible que Dios haya venido al mundo y haya querido nacer en un portal y morir en una cruz…?
Seguro que detrás de una pregunta tan sencilla se debe esconder algo grande. A nosotros aún nos queda descubrirlo...

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