Yo también tengo que levantar mi "castell" particular |
Con este título quería relatar un hecho al que humanamente no he sido capaz de encontrar una explicación; se trata de contar cómo es posible que el día más feliz de mi vida y el más duro coincidan.
Todo ocurrió una noche después de un tratamiento de cortisona en vena para paliar un agravamiento de mi enfermedad: las horas empezaron a transcurrir muy lentamente, como si de una caravana de coches se tratara…y no había manera de que me durmiera.
Empezaba a notar que los efectos estimulantes del tratamiento se reducían y los dolores iban en aumento, hasta el punto de pensar en llamar al médico.
Afortunadamente, ya cansado del tsunami que me azotaba, decidí apuntar en mi agenda (entonces podía escribir con dificultad) una lista de todos mis amigos y en otra hoja enumeré las molestias por las que estaba atravesando.
Rápido asocié a cada uno de mis amigos con una molestia concreta y, no os voy a engañar, el dolor fue exactamente el mismo, pero aquel pequeño detalle me ayudaba a sobrellevarlo.
Recuerdo que al encontrarme con ellos después de este suceso, me sentía mucho más cercano y pude comprobar que todo esto se transformaba en un optimismo y una alegría externa que ellos percibían cuando estábamos juntos.
Ahora las cosas han cambiado un poco, ya que el médico me ha dado una nueva pastilla –un inductor del sueño dicen ellos– que anula totalmente mi voluntad y me deja dormido en pocos minutos.
Un día le pregunté a mi médico: ¿qué es esto que tomo por las noches?, a lo que él me respondió: “es un medicamento con una composición parecida a la anestesia que administramos en las operaciones, pero en dosis ínfimas…" En aquel momento pude entender todo lo que me sucedía.
El efecto de la pastilla disminuye a partir de las cuatro de la madrugada, hora en la que mi sueño depende del buen hacer de mis cuidadores, Lucas o Martín, que hacen lo imposible para que los espasmos no me despierten totalmente y consigan prolongar un poco más el sueño.
Es un consuelo saber que todo esto por lo que estoy pasando, si lo ofrezco a Jesús, puede ser una manera de ganarme ese cielo por el que lo he apostado todo, donde no existirán ni inductores de sueño, ni espasmos, ni noches de infierno…
Sólo me queda añadir que una noche de infierno, en compañía de Jesús, me ayuda a ser mejor persona y a luchar para que otras también lo sean, y de esta manera las noches se conviertan en noches de gloria.
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