jueves, 23 de agosto de 2012

“La gasolina que mueve mi vida es la fe”

En Alta Mar

Hace nueve años, Antoni Coll, periodista, me hizo una entrevista que fue la génesis de El Invitado Imprevisto. Al pasar todo este tiempo -que me parece un suspiro-, he tenido otro encuentro con él y me hizo esta nueva entrevista, para el blog directamente. Como dice él, es una "conversación" de varios años... Os la dejo, a ver qué os parece. Él es un artista que convierte mis palabras ingenieriles en auténtica poesía periodística. ¡Muchas gracias, Toni!



En 2003 mantuve una conversación periodística con Joaquín Romero que se incluye en el libro El invitado imprevisto. En un nuevo encuentro, en un tranquilo día de agosto de 2012,  hemos reanudado aquella conversación.

Nueve años después, ¿qué ha cambiado en Joaquín Romero?
El deseo de vivir.

¿De vivir?
Sí, pero con mayúsculas: de alcanzar el Cielo. Sé que para ello he de vivir intensamente en la tierra los años que Dios quiera.

¿En qué más has cambiado?
Ahora apenas puedo manejar las manos, me cuesta más digerir, respirar y por tanto hablar; también he perdido memoria y bastante vista.

¿Puedes leer el periódico?
No. ¡Alguna ventaja tenía que tener mi enfermedad!

¿Cómo te arreglas para conservar el humor?
En estos años he podido experimentar que la alegría y el sufrimiento van unidos. El humor es una muestra de que el platillo de la alegría pesa más, aunque no en cada momento concreto. A veces me siento como si me pasara por encima una apisonadora.

Eres muy consciente de que la enfermedad avanza de forma inexorable…
Como una tuneladora. No hay terreno que se le resista. Ya ves que me muevo entre la apisonadora y la tuneladora. Esta afectación a los sentidos y a los movimientos, me ha convertido en una persona del todo dependiente.

¿Es lo más duro?
Lo sería si no tuviera junto a mí a mis hermanos, a personas buenas que me aprecian y ayudan en todo momento. Cuento también con el equipo de BJ, compuesto por 18 personas, comandadas por mi hermano Borja, que se desviven no sólo por mí sino por las personas con discapacidad que atendemos.  Y con mi madre en primer lugar. Fue la primera persona, teniendo en cuenta lo desvalidos que venimos al mundo, que tuvo experiencia de cuando yo era dependiente. Ahora trabaja conmigo todas las tardes; bromeamos con  ella diciendo que es la secretaria de dirección.

¿Cómo te animan?
A veces repitiendo mis propias frases. Por ejemplo, mi cuidador Lucas. En alguna ocasión me ha oído decir que como la gasolina mueve a un coche, así mueve mi vida la fe que me dieron mis padres. Y si un día me ve decaído, me recuerda con cierta ironía: “Joaquín, la gasolina mueve a un coche…”. No le hace falta decir más. Nos entendemos con una mirada.

A una persona discapacitada, ¿cómo le gusta ser tratada?
De forma que la palabra discapacitado no tenga más valor que el que tendría rubio, moreno, alto o bajo, delgado o grueso; es decir que se emplee como adjetivo, no como sustantivo.

Hace cuatro años se editó “El invitado imprevisto”, que ha tenido dos ediciones castellanas y una en inglés con el título “An inexpected guest” (Un huésped inesperado). ¿Cómo se ha comportado este huésped en los últimos años?
Se ha adueñado de la casa, es decir, del cuerpo, pero no llega más lejos. No entra en la habitación interior de la persona. Es Dios quien pilota mi vida.

¿Has utilizado el libro como arma arrojadiza para convencer a otros sobre la fe?
En absoluto. El libro no es un arma, es una sencilla propuesta cuyo único posible valor es que está enraizada en la experiencia. Y ya se sabe, los sufrimientos hay que vivirlos para captarlos en su dimensión verdadera. No es lo mismo un contratiempo que una grave enfermedad. No es lo mismo perder el autobús a que te pase por encima.

¿Ha llegado muy lejos el mensaje contenido en el libro?
No se pueden medir los frutos cuando está Dios por medio. Es El quien mueve las almas, no las palabras.

¿Algunos casos en los que hayas recogido reacciones?
Muchos.  Por poner un ejemplo: durante mi última hospitalización, una enfermera descubrió un ejemplar sobre mi mesita de noche y se lo regalé. Tenía diez ejemplares en la habitación y fueron pasando enfermeras, una a una, contándome casos de personas enfermas y mostrando interés por el libro. Incluso la mujer de la limpieza preguntó por él, y se acabaron las existencias. Por otra parte está mi blog. Una madre desesperada se acercó a la fe, porque encontró una puerta abierta cuando todas se le habían cerrado. Otra mujer, en este caso, mejicana, me escribió que había sido candidata a abortar, lo tenía pensado… y me da las gracias: su niño ha nacido felizmente.

Alguna controversia habrás tenido…
Muy amables siempre. Un chico joven me dijo: “Yo no le tengo miedo a la muerte”. ¿Y al dolor?- le pregunté. Dudó un poco y tuvo que hacer memoria de su última enfermedad, que fue un constipado.

“Al dolor sí que le temo”, reconoció.

¿Cómo sobreponerse a él en los momentos peores?
Hace poco, un día que pasé por horas de intenso dolor y angustia, fui invitado a un coloquio con alumnos de segundo curso de Medicina de la Universidad Internacional de Catalunya. Ya en el estrado tuve una sensación extraña: como si estuviera ante un pelotón de fusilamiento. Y de algún modo la pregunta de una chica sonó como un disparo: “¿Has pensado alguna vez en suicidarte?”.

¿Qué contestaste?
Le dije: si te refieres a esta mañana, sí, como otras muchas veces. Pero enseguida, gracias a Dios, me digo: tienes una clara alternativa; por una parte, quitarte la vida; por otra, dejarla en manos de Dios y me decido por la segunda. Prefiero el cielo.

¿No puedes hablar de tu vida sin citar a Dios?
Supongo que sería como charlar con Messi sin hablar de fútbol.

¿Qué es el cielo?
Me lo imagino como los mejores momentos de esta vida, pero sin dolor y para siempre.

Un día, hace nueve años, dijiste: a Cristo hay que seguirle de cerca para oír su voz, conocerle mejor, saber sus gustos. Es como seguir a alguien por un camino. Si estás cerca podrás saber qué mira, si se detiene, si le gustan más las moras o las fresas… ¿Te has acercado más en este tiempo?
Hay días que le he tocado. Otros en que le he dicho: Señor, ya no puedo más, búscate a otro que te siga… Pero he reflexionado: ¡si este camino dura solo dos días, y luego viene la vida eterna!

¿Te ves como el Cirineo, con el penoso encargo de llevar la cruz?
Meditar el Vía Crucis me ayuda mucho. A veces me veo como el Cirineo, prestando una pequeña ayuda. Según como me encuentre, en ocasiones oigo como dirigida a mí la sentencia de muerte: esclerosis múltiple. Otras veces pienso en cuando a Jesús le quitaron las vestiduras; es cuando me digo: ya no puedo más. Y cuando la situación me parece insostenible, me veo como clavado en la cruz con El.  Recurro entonces a su Madre, para que me la encuentre en el camino y me acompañe hasta el final.

¿Te encuentras con personas que te dicen: gracias por tus esfuerzos, pero yo no creo en nada de todo esto?
¡Claro!  Las aprecio mucho, esto no pueden quitármelo. Hace unos días me lo dijo un taxista. Le dije: tranquilo, pero si no te importa, como yo sí creo, mañana en la misa, que es el principal momento de mi día, ofreceré por ti el dolor que haya pasado por la noche.

¿Dormir es una liberación?
Ahora logro dormir hasta las cuatro, gracias a una medicación cercana a la anestesia. Luego comienzan los espasmos y la dificultad para mantener el reposo. Es cuando ofrezco el dolor por las personas que me han confiado necesidades.

¿Cómo logras mantener esta sonrisa, sin aparente motivo, que yo juzgaría irreverente con tu situación, casi irreal, falsa, imposible, si no te conociera?
Pregúntaselo a Dios, excede mis fuerzas, no es cosa mía.

¿Es un don?
Todo es don. Somos la sonrisa de Dios.

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