El pasado 25 de mayo fue el día mundial de la esclerosis múltiple. Hace ya 26 años que me diagnosticaron esta enfermedad y jamás imaginé que nada bueno pudiera derivarse de algo así.
Es así y, desde entonces, sigo pensando lo mismo: el dolor en sí no tiene ningún sentido, sino más bien sirve para darse cuenta de lo que vendrá después.
No he tenido ninguna aparición, ni siquiera la certeza física de que vaya a ocurrir, pero sin embargo me doy cuenta que los Sacramentos (especialmente la Santa Misa) son un medio muy importante para sobrellevar algo así.
Cuando digo “lo que vendrá después” me refiero al premio que hemos conseguido con tantos años de contradicción en la Tierra. Estoy convencido que todo esto ofrecido por las personas que más quiero y aprecio tiene un valor muy grande.
Si una persona me dijera que no tiene Fe le diría simplemente:
“En ese caso habrá quedar un pequeño rodeo, ya que en primer lugar deberás buscar a ese Dios en el que no crees, encontrarle para después no dejarle nunca”.Si la persona insistiera en que no cree, le recordaría que la Fe es una virtud sobrenatural que Dios concede a quien con humildad se la pide. Llegados a este punto miraría con lupa qué es lo que puede fallar, si a lo mejor nunca se ha pedido, o bien que faltan unas nociones de humildad básicas o simplemente que no se ha pedido con insistencia.
Me gusta hablar de la esclerosis como el principio de una odisea, donde estoy pasando buenos y malos momentos.
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