De pequeño en una ocasión me hablaron del valor que tenía el trabajo diario de un borrico de noria. Entonces, no sabía lo que era. Con el tiempo, busqué en Internet qué es lo que había al respecto.
Pienso ahora en las características de un asno joven, las orejas puntiagudas y el trote decidido y alegre.
La aparente rutina del borriquito dando vueltas alrededor de la noria puede parecer que no sirve para nada, que no tiene sentido su trabajo. Sin embargo, algo así permite sacar agua del pozo, subirla hasta la superficie y regar los campos. Con ello, Dios hace florecer las plantas y crecer las hojas.
Actualmente por la evolución de mi esclerosis me doy cuenta que cada día voy perdiendo poco a poco mis fuerzas, como el borrico dejándose la vida en el lento rodar de la noria. En realidad estoy ante un gran desafío, un proyecto de ámbito mundial por el que estoy pidiendo ayuda, especialmente a los hijos de mis amigos.
Ellos me miran con cara de sorpresa cuando les entrego un ejemplar en chino de El invitado imprevisto y les propongo mi pacto chino, al mismo tiempo que les recuerdo, con cierta complicidad, que Jesús siente predilección por la oración de los niños y de los enfermos.
Ahora voy a aprovechar que aquí estamos las dos partes para involucrar a Jesús en un determinado asunto. A continuación se lo propongo y quedamos que a partir de ahora “trabajaremos en equipo”.
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