Este es un pequeño libro que narra una aventura grande, cómo se puede ser feliz en el dolor, cómo se puede ayudar a otros desde la propia necesidad, cómo una silla de ruedas puede ser movida por la robótica espiritual de una sonrisa".A continuación os dejo el generoso prólogo del libro que escribió Antoni Coll, un buen periodista amigo mío.
Este es un pequeño libro que narra una aventura grande: cómo se puede ser feliz en el dolor, cómo se puede ayudar a otros desde la propia necesidad, cómo una silla de ruedas puede ser movida por la robótica espiritual de una sonrisa.
He de reconocer que soy uno de los aludidos en el primer capítulo cuando el autor se refiere a que varios amigos le insistieron en que escribiera un libro. Tengo una justificación: mi asombro desde la primera vez que oí hablar a Joaquín Romero. Lo hacía en una sala amplia, desde la silla de ruedas, ante unas veinte personas. Me llamó la atención la naturalidad con la que comentaba cosas que en realidad eran lecciones de coraje. Su optimismo y alegría suponían un llamativo contraste con su situación personal que todos conocíamos, de parálisis progresiva e incurable. Su serenidad era la demostración más clara de una victoria.
Aparte de ello, me llamó la atención un aspecto formal de su charla, su fluidez verbal, como si estuviera acostumbrado a hablar en público. Cumplía el precepto de la oratoria que dice que no se debe hablar atropelladamente por precipitación, ni pausadamente por engolamiento. Su riqueza de expresiones y uso de metáforas podrá identificarlas fácilmente el lector en este libro que, siendo tan humano y a la vez tan espiritual, huye de los tópicos al uso del lenguaje que caracteriza estos ensayos.
Periodista al fin, tras aquella charla que le oí, no pude evitar la tentación de pedirle una entrevista formal que me concedió amablemente y que ha reproducido por entero. Después he tenido ocasión de hacer algún breve texto primerizo por encargo de la empresacreada por Joaquín y su hermano Borja. Lo de primerizo responde a que cuando sólo eran cuatro personas, entre las que se repartían los cargos, cual si se tratara de una realidad virtual, ya ponía mucho empeño en que se definieran bien los objetivos de la sociedad y se explicaran a los posibles interesados, socios y clientes. Entonces Joaquín Romero, con las manos inhábiles ya para la escritura, dictaba un mensaje, una idea, un texto. Por mi parte me limitaba a escribirlo en el ordenador y a recibir su respuesta cuando se lo enviaba: “¡Brutal!”.
No diré que fuera un adjetivo especialmente poético, pero era la máxima expresión de su gratitud por un pequeño servicio que nada había añadido al mérito de quien aportaba la idea y el modo de expresarla. Nunca he visto tanto agradecimiento a un espejo.
Han pasado los años, Joaquín empeora y su empresa crece. Aquel evangelio del “conviene que yo mengüe…” se hace realidad. A medida que él pierde movilidad en sus miembros, cada vez hay más personas que se benefician de los instrumentos fabricados a partir de la experiencia de las propias necesidades y cada vez da más gloria a Dios con la aceptación alegre de sus contrariedades y dolores.
Lo llamativo es que esta situación la afronta con absoluta normalidad, con ánimo, incluso con manifiesta alegría. A veces uno está tentado de decirle: Por favor, Joaquín, disimula un poco, que la gente creerá que no tienes nada y que exageras. A lo que él respondería sin duda: “¡Oh! Me han descubierto. Ahora tendré que levantarme de la silla”.
Si alguien abre este libro con la idea de asomarse a un lamento, a una desesperación o a una rebelión, pierde el tiempo. Encontrará dramatismo,pero envuelto en esperanza y paz. Se acepta generalmente que el dolor tiene mucho de misterio. Muchos escritores y poetas lo han expresado así y en el texto del libro se recuerda a André Frossard, afligido por la muerte de su hijo y a C.S. Lewis, compungido por la desaparición de su esposa, un dolor llevado a escena en la película “Tierras de Penumbra” con Anthony Hopkins como protagonista.
“Tierras de luz” corregiría Joaquín Romero, con su experiencia de que la penumbra y la oscuridad son vencidas por la luz que procede de la fe. Porque ésta es otra característica del libro: la religiosidad que transpira, no sólo lejada del lenguaje tópico, sino también del análisis irreal de la vida humana. Es imposible diseccionar la vida separando cuerpo y espíritu, realidad y esperanza, como si se tratara de dos personas. Hay sólo un Joaquín Romero, solitario en su dolor, pero acompañado en su fe durante la noche; es el mismo que vive durante el día rodeado de amigos y que emplea el sobreesfuerzo que le resulta necesario para ayudar a otras personas con profesionalidad y con amor, con fe en la ciencia y con la ciencia de la fe.
Los capítulos de “El invitado imprevisto” se necesitan uno a otro como eslabones de una cadena. El hilo conductor podría ser una frase que al autor le gusta especialmente: “Los obstáculos están para saltarlos”. La esclerosis múltiple aparece de repente en su vida como una sentencia, pero lejos de hundirle, le hace fuerte. Encuentra “el sentido del dolor”, que no le evita “la noche oscura”, pero gracias a “la vocación” (voy siguiendo con la enumeración de los capítulos) no sólo es capaz de sobreponerse, sino que ve en su enfermedad una ocasión de “dar testimonio”.
Joaquín Romero presiente que su vida no será tan larga como la de una persona sana, pero consciente de que se siente en manos de Dios, está seguro de que tendrá un “final feliz”, cuando, por la misericordia divina, sea llamado a disfrutar de una vida eterna sin las limitaciones de la presente.
He aquí pues un bello libro lleno de optimismo que no puede leerse sin ser movido a la admiración y al afecto. Una lección de entereza dictada desde la humilde cátedra de una silla de ruedas.
Antoni Coll Gilabert
Me ha gustado mucho
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